Drones, cámaras acuáticas y equipos de alta resolución son herramientas que ayudan a mantener los vestigios «in situ»
Equipos de alta resolución que escanean vestigios arqueológicos y paleontológicos en las profundidades del inframundo maya; tomografías eléctricas que revelan lo que hay dentro de pirámides, como la de El castillo en Chichén Itzá; drones equipados con cámaras que capturan imágenes y videos en alta definición sobre sitios con pinturas rupestres en Sinaloa; tecnologías de secuenciación de ADN para conocer los orígenes de restos botánicos, como el maíz primigenio. Estos ejemplos demuestran que la arqueologia en México ya no solo se hace con pico y pala, sino también con lo mejor de la tecnología del sigo XXI.
Tomografía al Castillo de Chichén Itzá. Mientras el equipo del Gran Acuífero Maya utiliza equipos innovadores para tener un censo detallado de ese mundo subterráneo, en Chichén Itza investigadores del Instituto de Geofísica (IGF) y de la Facultad de Ingeniería de la UNAM emprendieron hace dos años un proyecto que sometió a la pirámide de El Castillo a una tomografía con la ayuda de tecnología innovadora, desarrollada por ellos mismos. Gracias a ese estudio, los especialistas descubrieron que la pirámide esta construida sobre un cenote y que en su interior hay una segunda pirámide que fue construida en la etapa mas temprana de ese asentamiento entre los años 550 y 800 d.c.
Estos hallazgos se dieron gracias a un método que originalmente diseñaron para identificar alteraciones en el subsuelo de edificios históricos y urbanos. En el caso de Chichén Itzá el trabajo consistió en colocar electrodos planos alrededor del edificio y en cada uno de sus escalones para obtener datos del interior.
La información obtenida en campo fue procesada en programas especiales de cómputo, lo cual les permitió ver la nueva pirámide, así como elaborar imágenes tridimensionales de El Castillo. Uno de los grandes aciertos de este método, dice en entrevista el investigador René Chávez Segura del IGf, es que se puede ver lo que hay en el interior de las pirámides o en el subsuelo sin que se tengan que cavar túneles o hacer perforaciones. «Podemos detectar la posición o la profundidad de una estructura o un cuerpo que pueda ser de interés y evitamos hacer túneles por todos lados, como se hizo en 1935 en Chichén Itzá o la Pirámide del Sol» señala.
Después del éxito en Chichén Itzá, el próximo sitio que analizarán con este método podría ser la Pirámide de la Luna, ya que han sido invitados a explorar sus alrededores con el fin de corroborar la existencia de túneles y su configuración.
En busca del ADN del maíz primigenio. Así como han surgido una serie de equipos que les han facilitado el trabajo a los arqueólogos, también se han desarrollado sofisticadas tecnologías que están contribuyendo al estudio de nuestro pasado. Por ejemplo, en la Unidad de Genómica Avanzada del Cinvestav, Unidad Irapuato, científicos que colaboran con el INAH en el estudio de las plantas mesoamericanas lograron, mediante tecnologías de secuenciación masiva, extraer el ADN de tres ejemplares de maíz de más de cinco mil años de antigüedad que habían sido hallados en cuevas del Valle de Tehuacán. El estudio vino a complementar una serie de excavaciones que el arqueólogo Ángel García Cook inició en 1962.
En esas excavaciones de haces 50 años, el arqueólogo García Cook halló en varias cuevas el Valle de Tehuacán, Puebla, miles de especímenes que fueron identificados como maíz. Según el investigador y especialista en genética molecular Jean- Philippe Vielle-Calzada, los datos obtenidos de esas muestras milenarias fueron comparados con la información genética del maíz actual.
Explicó Vielle-Calzada. «A lo largo de su proceso evolutivo la planta sufrió adaptaciones, perdió características que le permitieron sobrevivir a ambientes de resistencia o a enfermedades; se perdieron porque ya no los necesitaba, pero actualmente o para el futuro son extremadamente relevantes porque pueden volver esas enfermedades y condiciones equivalentes a las que quizá prevalecían en aquel entonces».
Además del estudio del maíz y otras plantas, los científicos colaboran en el análisis del ADN humano que hallaron en un conjunto de cuchillos de obsidiana que fueron recuperados hace unos años en la zona arqueológica de Cantona, Puebla. También realizan estudios genéticos a una serie de entierros descubiertos en ese mismo sitio.