El Márquez más ambicioso reapareció en Motegi, el circuito propiedad de Honda, la fábrica que se enamoró de él hace tantos años que los novatos todavía no podían debutar en un equipo oficial. Pero la casa japonesa tiene tanto poder que el promotor del campeonato cambió la norma ad hoc para que el chico pudiera vestirse con los colores de Repsol y subirse a la moto pata negra desde el primer día. Y así fue. Ganó el Mundial aquel primer año, el de su estreno. Y repitió al año siguiente, en una temporada con un dominio absoluto de la moto y los circuitos. Este domingo, pese a todo pronóstico, después de una carambola imposible –decían los papeles que debía ganar, que Rossi acabara 15º o peor, y que Lorenzo terminara fuera del podio–, Marc Márquez ganó su tercer título de MotoGP en su cuarto año en la categoría reina. Y se convierte así en el tres veces vencedor de un Mundial más joven de la historia del campeonato. Bate a Mike Hailwood, que lo logró con 24 años y tres meses. Él tiene 23 y siete meses.
Un récord más que cae a los pies de este competidor insaciable, talentoso e irreverente, que este año ha demostrado que también es capaz de correr con la cabeza, de dar por bueno un segundo y hasta un cuarto puesto cuando las cosas vienen mal dadas o la moto, como era el caso, no responde como él quiere. Es el único piloto que ha puntuado en todos los grandes premios. Y hasta tuvo que tragar con un 13r puesto. Pero no mancha su tabla ni un solo cero. Y sin embargo, cuando más le exigió el calendario, cuando se enfrentó a su primera bola de partido, este domingo en Motegi, salió el lobo con piel de cordero, el campeón que puede con todo. Ganó la carrera en un trazado en el que nunca lo había hecho con una MotoGP; venció cuando otros esperaban de él que gestionara una prueba difícil, con una pesada carga psicológica, en la que quizá lo mejor sería asegurar un buen puñado de puntos, y en un trazado en el que se suponía que iba a sufrir más que sus rivales.